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Azul

Unno. Reflexión

Patricia Bonet

Del mismo modo que pintar no consiste en representar las cosas, disfrutar del arte no puede reducirse a su interpretación. En mi opinión, entiendo que un cuadro, además de ser una superficie en la que se construyen formas con pintura, es también un pedazo aislado de la realidad circundante, una ventana abierta a las miradas, una ventana a la que asomarnos, una posibilidad de escaparse de esta realidad en busca de otros lugares.

Si bien hace muchísimos años la metrópoli era ese lugar que los Dioses erigían para que en ella habitaran sus hijos, los hombres, también es cierto que hoy en día las razones que han ido configurando las ciudades han sido más bien de índole económica o militar. Aquella ciudad racional, a medida del ser humano, icono de la “humanidad civilizada”, ha ido asumiendo su condición de trampa, de centro neurálgico, de prisión, su rol Orwelliano, siempre bajo la atenta mirada del Big Brother. Un paisaje industrial tecnificado, con parques estadísticos y jardines matemáticos, en donde crecen emociones clonadas e individuos idénticos, eficientes, “saludables” y trabajadores. Que habitan en espacios-nicho, regidos por el miedo, las normativas, el orden, la vigilancia y la seguridad. Es el positivismo como sueño de la sin razón, con raíz en la estricta moralidad calvinista. El progreso material como motor que nos lleva hacia un destino, una quimera, la felicidad ubicada siempre en un futuro incierto. Dejando que se nos vaya escapando el presente.

Todo ello en un escenario global, geopolítico y cibernético: la sociedad de la información, la era de las grandes desigualdades (desarrollo/subdesarrollo, opulencia/miseria, derroche/hambre…), con flujos migratorios constantes, de individuos vigilados que transitan, mantienen relaciones virtuales y orgasmos digitales. Es el posthumanismo que postula el hedonismo consumista en un espacio global llamado mercado, en donde todos dejamos de ser personas para ser clientes atrapados en el ciclo: producir-comerciar-consumir. 

Escaparnos, escaparse, largarse de aquí. En su “tiempo libre” el ciudadano quiere evadirse, viaja, se aleja, busca otros lugares, recorre grandes distancias para perderse, para encontrarse, para identificarse, para eludir su identidad. Busca sensaciones abstractas, entre lo real y lo ideal, justo en la interferencia de espejismos, en donde se fragua ese instante, ese momento anhelado que denominamos felicidad. Ese instante que evocaremos una y otra vez en este bucle en el que estamos gratamente atrapados y que llamamos tiempo.

Detrás de la apariencia de pinturas marinas, en Azul, reside un significado subyacente que tiene más que ver con lo sensorial y lo emocional, algo más universal que nos conecta a todos y a todo. Difícil de intelectualizar. Sin filtros. Se siente en el corazón o no se siente. Nos cuenta la experiencia diaria del transcurrir de los días, de los ciclos estacionales, de las transformaciones, de los ritmos, de las no casualidades, de la luz y de la oscuridad. El mar, la naturaleza, su libertad es el pretexto para conectar con la mirada interior. El color provoca el eco en el alma. El alma, como suerte de amor que nos vincula a todo y nos hace crecer. El mar azul, destino natural de todo río.

La ausencia de figuras facilita al espectador abordar la soledad y el aislamiento que caracteriza la vida del hombre post-post-moderno de la gran ciudad.
Quizás la sociedad actual esté sedienta de propuestas sinceras, humildes y convincentes. Propuestas capaces de despertar el espíritu vitalista, de reactivar las corrientes de energía que nos mueven, y recuperar así la fe en la capacidad de reinvención del ser humano y de su destino.

Tal vez añoremos un lugar-Madre en donde existir, del que nutrirnos. Ese lugar al que volver, origen y punto de partida, desde el que emprender nuestra propia aventura, desde donde trazar nuestros propios horizontes.
El agua es la esencia, un setenta por cien de lo que somos. Azul, su color. Color de la pureza y la inteligencia, del conocimiento y la virginidad, el color de este pequeño planeta al que pertenecemos. Agua, aire y luz son los elementos esenciales que en algún momento, hace más de cuatro mil millones de años, dieron origen a la vida y gracias a los cuales permanecemos.

La serie de cuadros Azul reivindica la pasión y la alegría de vivir. Funcionan a modo de poemas dramáticos que reflejan la hazaña del hombre de hoy, una prueba de vida individual a la vez que un signo de identidad colectivo. En ellas, la naturaleza del mar se nos presenta tranquila y equilibrada. La pincelada difuminada y el color un tanto excitado. Es la luz interior de los cuadros la que atrae al espectador hacia su propio espacio; el color, el motor que incita la vivencia profunda; el mar, la forma intuida a través de la cual se establece el intercambio de emociones, interiorizando así el sentimiento del paisaje. Expresar la vitalidad de lo desconocido, de lo inconsciente o de lo olvidado a través de lo conocido, lo próximo y familiar es un modo propicio para que el espectador logre sumergirse en su intimidad y sentir el tic-tac de su corazón lleno de vida, ilusión y esperanza.

La propuesta nos invita a habitar el presente, situándonos frente al mundo con la misma intensidad, asombro e inocencia que lo hace un niño. Esa es la verdadera revolución, asumir el caos, pasear a través de nosotros mismos, disfrutar de ese gozo expansivo y contagioso, alimentando un espíritu creativo que se proyecta hacia los demás. Nuestro grito sería: in-ten-si-dad e ins-tan-te. Intensidad en nuestro momento privilegiado: este mismo. El tiempo desaparece, o mejor se congela, (puesto entre paréntesis) o como lo definió Merleau-Ponty: “El tiempo no es una línea sino una red de intencionalidades”, un conjunto de puntos, de instantes múltiples, un tiempo sin dirección, carente de linealidad.

He escogido una condición espacial que busca una dimensión horizontal, en donde un plano flota o levita sobre otro, creando fluidez en el discurso y en donde la subjetividad sea la materia creativa. La síntesis, en cuanto a brevedad de las imágenes, pretende transmitir una sensación de instantánea, de tiempo congelado, de momento inacabado, en transición. De forma que sea el espectador el que dé continuidad a la acción y, a través de su imaginación, de su memoria, experimente ese momento banal. La serenidad de las líneas, la atmósfera de color creada y el equilibrio que adquieren las partes, pretenden transmitir un mensaje optimista, vindicando el instante banal como experiencia estética. Un instante inacabado que, como un haiku, nos descubre lo extraordinario en lo ordinario de la vida cotidiana.
Patricia Bonet

doss. Inflexión

Xano Viciano

Horizonte, punto de encuentros y de pérdidas, de anhelos y de sueños, que nos expande y nos limita sin limitarnos. Ilusión de ilusiones, espejismo, beso, fantasía, esquina de cielos y mares. Maravillosa incertidumbre. No lugar que habita en nuestro pensamiento como línea que circula el círculo, como concepto que contiene la distancia. Como nosotros mismos el horizonte es una paradoja, una quimera. Como nosotros mismos, que mientras vamos, vamos siendo, vamos dejando de ser. Que cuando llegamos se aleja. Nos alejamos.
-El Azul dijo:
“Entonces ¿Dónde quedó nuestra inocencia?
Quizás en esa mirada llena de curiosidad que sigue buscando. Buscando”.
-Y él horizonte le susurro al Azul:
“hoy estoy aquí. Aquí.
Dónde crees que estoy, sino.
Y me siento raro, porque suelo estar en otro lugar”.
En estos momentos, miles de soles reverberan como sardinas plateadas sobre la mar. Millones, chispeando en el azul. Pienso en la felicidad. Pienso en la felicidad como susurro en el oído. Un susurro como el vaho. Un susurro del que recuerdo la humedad dejada por la punta de una lengua. Recuerdo el estremecimiento de la piel bajando por mi cuello. Un susurro del que no logro recordar el mensaje, tal vez el mensaje sólo fue estremecerse, o mecerse. Pienso en la felicidad, chispeando como una sugerencia frágil y volátil. Otras, pienso en ella como un quizás, un tal vez en otro momento. Y ha vuelto a pasar el presente.
Cuando termine de pensar en lo que estoy pensando, sólo entonces, pensaré en el miedo. Ahora, me dejo atravesar por mis pensamientos, los veo pasar como pensamientos liebres, ¿me sigues, corazón?. Dejarme atravesar para observarlos. Sólo entonces me he dado cuenta de algo que ya sabía: ellos no son yo. Mis pensamientos no son yo.
Tenía tantas ganas de esta luz que ahora que la tengo delante me doy cuenta de que soy luz.
El Sol ya se está yendo. El mar debe seguir afelpando la tarde. A estas horas, su sonido es un sonido sordo y reiterado, como un mantra, como una tregua.
Seguro estoy de que los barcos han comenzado a encender las luces de posición y cubierta, chispeando ahora sobre una línea grisverdemar. Un susurro, una sugerencia frágil, que lo estremece.
Tal vez bumerang, un niño en la otra orilla inventando con el dedo la elíptica lunar, de cardo a decumanus, del cielo a la mar. Convertida la felicidad en arma arrojadiza hacia ese infinito de vuelta, que cuan más empellas la lanzada más cercada su llegada. ¿El eterno retorno?. Hete aquí, dibujando eutopías, fugaces triángulos esféricos a la orilla de tus olas, sus adioses. Y mientras, entre líneas, escrutando armónicos para acariciar las mareas, aunque bien sabes que tu goce esta en el balanceo, en mecerse, estremecerse.
Xano Viciano

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